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Técnicas e inspiraciones para la realización de sus obras

Una clave para reconocer la importancia de la pintura de María Izquierdo está en que fue la primera mujer en exponer su obra fuera del país en 1930 en el Art Center de Nueva York, lo cual hasta el día de hoy no resulta nada sencillo (y, hay que decirlo, más si eres mujer).

 

¿Qué carajos oculta Belem entre las manos? Todo un misterio. Así son muchas de las pinturas de María Izquierdo: arquitecta de enigmas que se tienen que pintar a sí mismos para descifrarse. Más preguntas que respuestas. Mucho color. Ya veremos de qué forma. Rebeldía: no es fácil cuando te enfrentas a un grupo de hombres que no ve en la mujer posibilidades artísticas. Vaya. Y el Retrato de Belem (1928) nos recuerda a ciertas secuencias cinematográficas en blanco y negro: el asesino se acerca despacio con las manos metidas en las bolsas de una oscura gabardina. Alrededor hay una neblina que se entrelaza al humo de su cigarro.

 

Una clave para reconocer la importancia de la pintura de María Izquierdo está en que fue la primera mujer en exponer su obra fuera del país en 1930 en el Art Center de Nueva York, lo cual hasta el día de hoy no resulta nada sencillo (y, hay que decirlo, más si eres mujer). Como característica común hay una incipiente rebeldía que la habría de llevar a nuevas exploraciones frente al lienzo en blanco, nueva música para incitar la danza de los caprichosos pinceles.

A fin de cuentas, María Izquierdo dominó la técnica y el estilo al lado de su primer maestro, Germán Godovius, y mandó a la mierda a quienes esperaban de ella un ejemplo artístico de clásica sumisión. Que parte de la originalidad consiste en eso, nos queda claro, y que para alcanzar una expresión propia (en poesía sería la voz) es necesario dominar las técnicas como domina las artes marciales Karate Kid, también, y parte de lo trascendental en la obra de María Izquierdo está en una búsqueda incesante que comienza en las penumbras de su desolada infancia, cuando la figura paterna se extingue, continúa con sus primeros maestros y clases de pintura en la Academia de San Carlos y llega hasta su propia manera de expresarse, de conseguir quién sabe de dónde esas tonalidades que se agarran a chingazados con la tristeza y la melancolía. Emparentada en muchas de sus obras con la contundencia y el arrebato en las formas de Rufino Tamayo, incluso cuando bien se sabe que el maestro se resistió a dejar escuela o discípulos.

POR Óscar Garduño Nájera

Al menos para mí, muchas de sus pinturas confunden las emociones cuando corren de lo macabro a lo festivo, por extraño que esto parezca. Pienso en El baile del oso(1940), en La soga (1947) o en la tristeza habitable de un hermoso payaso enPayasos(1945). Tonalidades sucias de machete, machacadas por manitas infantiles. Opacas en cuanto a intensidad luminosa, pero no por eso toscamente delineadas.

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